El primer Aute que conocí, como seguramente la mayoría del público, fue el AUTECANTAUTOR. Su voz —que contra todo pronóstico, y a causa de esos cigarrillos que puede llegar a fumar diariamente, ha ido mejorando con el tiempo—, y sus textos —que jamás han dejado de jugar maravillosamente con lo lúdico y lo profundo a la vez— han hecho un largo y significativo trayecto en la historia de la música pop del Estado español y de Latinoamérica. Pero también en la historia personal de tantos individuos, entre los que, obviamente, me encuentro. Y seguramente esto es lo más importante.
Aute es un cirujano de las emociones, capaz de poner el dedo en la llaga construyendo una canción de tres o cuatro minutos de melodía dulce, que acaricia, pero que, como sin quererlo, te sacude entero.
Él escapa de tópicos y de consignas generacionales. Construye su discurso —o antidiscurso— desde un existencialismo profundo, donde lo blanco y lo negro chocan, pero también se fusionan; porque a estas alturas todos sabemos que todo es mentira, pero que también es verdad...
Para describir en un papel el mundo que expresa Aute, o al propio Aute, tengo que hablar inevitablemente de misticismo y sexo, amor y desamor, lucidez y locura, vida y muerte, sueño y razón... Tengo que decir que él es enemigo de la guerra y su reverso la medalla; que, eterno perdedor en la batalla, sigue a la mar; e implora a su amada, en las noches duras, que le diga que no todo fue naufragar por haber creído que AMAR era el verbo más bello. Incluso a día de hoy lo sigue creyendo.
Unos viejos versos suyos que convirtió en canción me parecieron —y me lo parecen cada vez más— estremecedoramente delatores. Él se refería a un desamor, pero yo creo que hablaba también del ser humano y su esencia, del peso del tiempo en nuestras espaldas. Aute cantaba: Nos va ocupando una incipiente indiferencia que va alzando su voz en silencio precoz, anunciando que el fantasma del tiempo no vive en la edad, sino en la soledad, esa prisión donde envejece el corazón. ¡Toma ya! Terriblemente lúcido y revelador, como las furiosas olas que golpean las rocas de un acantilado amenazador.
Después descubrí que el AUTEPLÁSTICO es absolutamente coherente con el AUTECANTAUTOR. Una prolongación. Como el AUTEPOETA, el artífice de dibujos animados, el director de cine...
Aute, los varios AUTES, son en el fondo uno.
Yo he tenido la suerte de retratarlo en varias ocasiones, desde hace más de diez años, y de haber sido retratado por él.
En uno de nuestros primeros encuentros Aute me dibujó.
Otra vez con él la paradoja.
El retratista (yo) retratado.
¿O no había paradoja? ¿o siempre fue él el retratista?
Gracias, MAESTRO, por tanto talento y tanta belleza. Y porque jamás has dejado de ser un aprendiz. Y eso es GRANDE.
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